Hoy vengo a hablar de mis libros. Para justificar esta locura que me acompaña desde niño, a veces digo que, cuando me aburro, escribo.

Ahí van otros dos libros. El primero lo he venido escribiendo desde abril de 2012, cuando el director de El Adelantado de aquella época, Jesús Martínez Calle, me invitó a publicar una columna periódica de opinión, en mi condición de representante de la cultura de mi pueblo —eso dijo “Chicho” entonces—. Agradecí la confianza y confirmé mi compromiso con esta frase: “El Espinar debe ser un espacio en el que cada día sembremos valores nobles y donde la cultura sea su principal seña de identidad”. Doce años después, sostengo lo mismo.

Aquel encargo se limitaba a una simple columna cada cuatro semanas. No sé si esas ciento y pico crónicas habrán servido para alumbrar a otros, a mí sí; desde el primer artículo, sentí el peso de tener que comprimir en tan poco espacio lo mucho que quería contar, acostumbrado a desparramarme con las palabras. Aprendí, pues, a separar el grano de la paja y a barrer lo que sobra, con el fin de no aburrir a los lectores con mucho blablablá. En literatura y periodismo, menos es más.

No me gusta tirar comida. Creo que lo que escribo puede llegar a tener más provecho que su publicación inicial en El Adelantado, periódico en el que estoy a punto de cumplir medio siglo, y luego en otro medio más cercano que durante muchos años editó “Chuso”, El Espinar, además de darles a las columnas una tercera vida en mi perfil de Facebook, donde el contacto con los lectores es cálido e inmediato. Incluso, durante un tiempo, narraba algunos comentarios cada lunes como Crónicas del Sentimiento, en Onda El Espinar. Amo la radio.

Arranca el libro con cinco cuentos premiados en diferentes concursos literarios y una vivencia muy personal, El rastro de la sangre, que tenía aparcada, pues durante años no había encontrado el aplomo suficiente para publicarla. También hay varias crónicas íntimas y he ilustrado las páginas con muchas fotos.

Así he visto a mi pueblo a lo largo de estos años, de cerca y con sentimiento.

Hay un segundo libro: El hombre que no oyó las trompetas, una novela inédita de nuestro paisano Juan Pablo Ortega. Leí un primer borrador a mediados de los años noventa del siglo pasado. Nunca imaginé que, al final, sería yo el encargado de su edición. Juan Pablo murió en enero de 2018, a los 93 años. Su hermano y sobrinos trajeron sus cenizas a El Espinar. Por inercia, volví a leerla y a plantearme por primera vez su publicación, pero la dificultad de digitalizar el texto, picado de forma irregular con máquina de escribir por el propio autor, me complicó bastante la tarea editorial.

La trama está escrita con ingenio, ironía, bondad y, a veces, con miedo ante la incertidumbre, también con ingenuidad; en fin, un poco como era Juan Pablo. Trata del Apocalipsis bíblico, contado por Daniel, un periodista de Madrid, que un buen día se levanta y comprueba que es la única persona que ha sobrevivido a la desaparición de todo ser humano de la faz de la tierra.

Buscando respuestas, el protagonista deambula por su pasado y, también, por Madrid, Torrejón de Ardoz, los palacio de Oriente y La Moncloa, El Escorial, Cuelgamuros, Segovia… y termina en su propio pueblo, El Espinar.

A pesar de su escepticismo, Daniel demuestra un notable conocimiento de la Biblia y de otros textos de distintas religiones, de los que echa mano para intentar encontrar una explicación a la situación tan absurda y desesperante que está viviendo. También, repasa las intrigas de la geopolítica que mueven el mundo, los corporaciones fácticas, el poder de las religiones, la proliferación de sectas, las incoherencias y contradicciones de los textos religiosos, algunas etapas cruciales de la historia de España, las nuevas drogas, el temor a la vejez, la eutanasia, la escritura como bálsamo contra la soledad total… y hasta un recuerdo emotivo, con la llegada, cada año, de un Cristo que llaman del Caloco, a la iglesia del pueblo: “Los mozos de El Espinar lo llevaban en andas y lo volvían hacia las casas de la gente del pueblo para que las bendijese y Él no podía mirarlas porque estaba, con los ojos entornados, agonizando”, evoca Daniel.

En 2020, cuando irrumpió la pandemia del Covid, y yo veía las ciudades vacías de personas, con los animales campando como amos de las calles, sin que nadie acertara a dar una explicación coherente a aquella locura, recordé la novela y pensé: ¿Será esto el Apocalipsis? ¿Estarán a punto de sonar las trompetas de Sion, anunciando el fin del mundo? Entonces me dije: “Tienes que publicar la novela de tu amigo Juan Pablo”, y también el libro de columnas y relatos. Los he incluido como dos nuevo títulos de mi humilde sello editorial, Alma gabarrera, y aquí están.

Los presento el miércoles, 4 de diciembre, en el salón del Ayuntamiento de El Espinar, con la colaboración de Luis López y del ilustrador José María Ortega, con el apoyo de un colectivo especial, al que me siento muy unido en su batalla contra el cáncer, Los Fuertes. Gracias.