El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentimiento. Sigo los pasos de Claudia de Santos desde hace más de medio siglo, recién salida de la escuela de Magisterio, cuando ya estaba enamorada de un poeta soñador, empeñado entonces en recorrer Castilla a pie. Su unión perdura. De nuevo, sigo sus pasos, por más que ella nunca se ajusta al camino conocido, prefiere corregir la ruta y abrir su propio sendero.
La he visto crecer y crecer, tejer y contar, afrontar distintos retos profesionales, personales y artísticos… Como maestra, me hubiera gustado colarme en sus aulas, pues sus compañeros y alumnos me cuentan cosas muy hermosas; como escritora, publicó libros de cultura popular, sola y en compañía del poeta risueño; colaboró en la prensa escrita con su opinión crítica, y lo hacía con gracia; perfiló cacharros y figuras de arcilla en el horno alfarero familiar de la Judería…
Gobernó su casa, crió en pareja a sus hijos, a los que admiro unidos; resurgió con coraje, cual Ave Fénix, cuando el mundo se derrumbó en su entorno; siguió formándose en la UNED, como socióloga; desarrolló programas de educación, dirigió un colegio público de la ciudad, al que le dio la vuelta necesaria, como a un guante; asumió la inesperada tarea de ser la primera defensora del ciudadano ante el Ayuntamiento y, luego, diversas competencias como concejala de esta ciudad, en los gobiernos de Arahuetes y Luquero, sin perder nunca su independencia; aguantó los embates de esa etapa dura con firmeza y dijo adiós, por su cuenta, en 2020. Ahora, recuerda su paso por la política municipal con una lectura positiva. Me encanta cuando, para resumir algo complejo, descarta una larga explicación y usa un símil popular: “Sé que ramaleo mal”. ¡Genial!
Estaba seguro de que no se quedaría quieta en su refugio del Socorro, tras sus jubilaciones, pues se mueve con la fe cervantina del peregrino: “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”, pero nunca imaginé que daría rienda suelta a su creatividad a través de su telar casero, aportando nueva vida a la ropa vieja, en más de un centenar de cuadros y en poco tiempo. En 2022 vi su segunda exposición, en la Casa de la Lectura de Segovia; en cosa de tres años, ya lleva una docena. Ahora, presenta una breve muestra en el Palacio de Quintanar: cuadros, grabados y tirsos.
–¿Qué te impulsa a reinventarte?
–Mi lema es muy sencillo: ¡A ver si puedo!
–Y luego puedes, lo afirmo.
–A fuerza de tesón y de cabeza, y de creer mucho en lo que hago.
–En algo más te apoyarás para esta nueva osadía…
–En la memoria. En el legado silencioso de la tierra que piso cada mañana, alrededor de esta ciudad, más allá de Zamarramala, cuando el paisaje se abre, me habla y me emociona; y cuando regreso a Muñoveros, donde me reencuentro con mi infancia; sin raíces no hay árbol que crezca.
–¿Tu camino es solitario?
–Sí, pero no en silencio; de mi memoria, regresan los versos sueltos de mis poetas: Machado, Claudio Rodríguez, Amalia Bautista, Julio Llamazares… Los cuadros que luego tejo también son de ellos, pues sus palabras me inspiran, por eso dejo la impronta de cada uno en el reverso del marco.
–¿Quién te enseñó a bordar y a coser?
–Mi madre, cómo no, pero sus lecciones siempre chocaban con mi rebeldía ante el camino conocido; yo la escuchaba con atención, pero, al mismo tiempo, pensaba que había otra forma más personal de hacer esas tareas. Fue muy buena escuela, vengo de unos tiempos en los que todo valía para algo y se utilizaba el ingenio para no consumir más de los necesario. Después, miraba, hechizada, la colcha de malla de mi abuela Nina, que guardo como un tesoro.
–Pero eso de tejer ya es muy viejo, ¡está inventado hace siglos!
–Cierto, y todo por inventar. La vida se renueva cada día y hay que dar respuesta a sus conflictos; por ejemplo, la desbocada industria textil actual deja una inmensa huella contaminante en el planeta, que nadie sabe cómo solucionar; yo no la voy a resolver con mi pequeño telar, pero alzo mi voz, en silencio, y grito con mis cuadros, por el camino del arte. Cada cual comunica sus inquietudes con la disciplina que domina. Yo lo cuento como sé, tejiendo.
–Ahora, cuando veo tu obra en las salas de exposiciones, pienso en que puede ser arte…
–Arte es. Lo afirmo con humildad, pero también con firmeza, pues implica dar una nueva vida a trapos viejos que ya no sabemos cómo eliminar, fruto de la actual cultura consumista de usar y tirar. Para mí, todo vale, ese cuadro que ves ahí, antes fue un pantalón de Ignacio y, entremedias, una bufanda. Me llega ropa por mil sitios, que luego corto, hago tiras y ovillos, remiendo, zurzo, coso, bordo, ordeno… hasta los marcos son viejos, que primero reparo. Los “tirsos” que cubro de colores, son ramas caídas que rescato del campo, para transformarlas en talismanes y amuletos decorativos.
–¿Siempre el campo?
–También el mar, al que voy poco. Cualquier mar. Siempre es diferente, es el único lugar frente al que puedo estar inmóvil, sin hacer nada, con la mente en blanco, y sentirme bien. En casa tengo colgado un mar inspirado en un poema de Gloria Fuertes, que me alivia de su ausencia. ¿Algo más?
–Sí, que te quiero.
preciosa la narración de La Tejedora.
Bonita historia.
Gracias x compartir.
Gracias. He pensado en alto
conozco a Claudia desde hace mucho tiempo…cuando llegue a estás tierras segovianas y puedo decir que cada día me sorprende gratamente ….su tenacidad ,su buen hacer y su ARTE así con mayúsculas …llena su entorno y lo que toca de belleza de recuerdos ,de poesía ….gracias por ser cómo eres y por hacernos más bella la vida
Va a ser verdad lo del arte. Malegro
Cada vez que posas tus ojos sobre algo creas un mundo. Besos
Precioso verso suelto, Fernando. Gracias