El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentimiento. No hace mucho, Lolita Flores tuvo una actuación vibrante en el Juan Bravo, representando a Poncia, la gobernanta de La casa de Bernarda Alba, de Lorca. Luego, resaltó la belleza de Segovia y se quejó del frío. Es verdad, era octubre y afuera hacía una rasca del carajo, pero esta ciudad sabe sobreponerse al frío, por muy bajo que vuele el grajo. ¡Bueno majo!
Os cuento mi teoría sobre el frío en Segovia. Si tengo prisa, me calo bien la gorra, agacho la cabeza, cojo ritmo y, desde mi refugio del Rastrillo hasta el Torreón de Lozoya, tardo tres minutos, pues no me paro para hablar con nadie; sin embargo, cuando estoy relajado, en ese breve itinerario puedo tardar una hora, o más, y otro tanto en volver, por mucho frío que haga, pues los encuentros y abrazos son muchos e intensos.
Arriba de Martínez Campo coincido con Lola y Rafa, mis amables vecinos que guardan a la Judería de los ataques del Maligno con la ayuda de San Miguel, desde la fachada de su mansión. También sube y baja por esta cuesta la abogada Carmen Casado, con la cartera repleta de juicios; en ocasiones, saludo a Javier Giráldez, que luce atuendo moderno y compañía joven.
En el inicio de la Judería Vieja tengo dos opciones, el taller de Ignacio Sanz y el pequeño museo artesano de Jesús de la Cruz, La Górgola, justo enfrente; a veces, a esta encrucijada de callejuelas llega Javier Reguera, camino de su despacho; entonces, los que coincidimos en la esquina alargamos la charla.
Unos pasos más arriba, en la calle San Frutos, las aguas menores nocturnas continúan. Vecinos indignados dejan pegatinas caseras sobre el canalón de la puerta del Menora, con este mensaje: “Meadas no! Por vavor”. A pocos metros, junto a la Catedral, hay catorce cabinas disponibles en el aseo colectivo que ha puesto el Ayuntamiento.
En mi camino de hoy, al llegar a la calle Real, me he encontrado a Eliseo de Pablos, ese hombre pegado a un móvil que sube y baja varias veces por esa arteria humana; antiguo compañero de Diario de Castilla, tomamos café en La Colonial y me cuenta de un tirón media docena de proyectos, especialmente el Museo del Cine en Segovia. Me gusta.
La calle Juan Bravo no es sólo un trajín de turistas, también tiene espacios culturales que nos aportan calidad y calor. Empiezo por el Centro Social del Corpus, que exhibe en la entrada un mosaico de Gómez Zia «El Peregrino». Su encargada, Gema Velasco, recibe con cariño y por su propio nombre a cada uno de los parroquianos que acuden a los cursos y talleres de la Fundación Torreón de Lozoya. Los conoce a todos. Es el mejor comienzo para que los usuarios sientan el fuego de la cultura y los proyectos sociales. Ahora hay una exposición de Silvia Velasco, volcada en atrapar la fantasía de la niñez.
Más abajo está la antigua cárcel, convertida en Casa de la Lectura, donde leo, veo y escucho muchos días; en la pequeña sala de exposiciones están las ilustraciones de Violeta Monreal, sobre mujeres excepcionales que han transformado el mundo; a la sala infantil, ya ha llegado el cuento Caloco, la niña gabarrera. ¡Gracias!
Un día más, mi destino es el Torreón de Lozoya, donde hoy he quedado con López Saura para pegarle un nuevo repaso a la incisiva exposición de Masats sobre la España desconocida. Ya os la conté aquí con detalle. Es tan buena, que la han prorrogado un mes más. A la salida, me encuentro a Blanca Llorente, otra compañera de Diario de Castilla, y a Andrés Ortega, mi presidente de FES, junto al exquisito taller de ceras de la esquina; según bajo los peldaños de la plaza, a la vera de la remozada estatua de Juan Bravo, me asaltan el abrazo y el verbo cálidos del periodista Álvaro Pinela; me dice que lee los domingos mi crónica en El Adelantado. La caricia de un buen compañero derrite cualquier hielo.
Bajo hasta la Alhóndiga, que expone las mejores fotografías artísticas del concurso sobre imágenes de la Semana Santa segoviana. Calidad y sentimiento. Me encanta la foto premiada de Enrique del Barrio, del Cristo del Mercado. Aprovecho la estancia para visitar el Archivo Municipal anexo, donde siempre encontré la puerta abierta para documentar mis libros, por parte del Rafael Cantalejo y luego Maribel. Hablé con Andrea y dejé un saludo para Nuria, las nuevas archiveras; presiento que el trato cálido y cercano va a perdurar. Gracias.
Rematé con la visita al Esteban Vicente, para disfrutar sin prisas de la aclamada muestra de Fuencisla Francés: Procesos, ritmos y vibraciones. Rafa Ruiz la calificó con dos palabras: “Im-presionante”.
Vuelvo al Rastrillo por la plaza Mayor y, antes de dejar la calle Real, me dan recuerdos afectuosos para mi paisana Rosita, que fue estanquera en la zona alta de la calle. No es la primera vez, se nota que esta serrana sembró afectos.
Llego a casa radiante por el calor cosechado. No siento frío ni sé qué hora es. Repaso que, a lo largo del recorrido, me he parado a charlar con Salva Lucio y su esposa, Antonio García Rivilla, Cheli García, “Chicho”, Rocío García, Soledad Díaz, Angelito Camarero, Viginia Rodríguez, Cesáreo Martín, Mari Paz Plaza, Paco del Caño, mi cuñada Gloria Lázaro… ¡Qué sé yo!, un puñado de segovianos majos que primero me eligen con la mirada y luego me contagian calor en cada abrazo. Segovia abraza.