En los años cincuenta del siglo XX, el turismo veraniego rebrotó en algunos pueblos segovianos del Guadarrama. Los Fraguas, una familia de nueve hijos, alquilaron una casa grande de un gabarrero, próxima a la portada sur de la iglesia de San Eutropio. El mayor se llamaba Antonio, como su padre, y quería ser dibujante de humor. Tardó poco en abrirse camino. Firmaba sus obras como Forges.
Tras un par de décadas, los Fraguas dejaron de veranear en El Espinar, pero Forges siguió enganchado. Muchas veces recordó que sus personajes más populares, los Blasillos y la tía Blasa, eran espinariegos de pura cepa, lo mismo que la iglesia y los montes que dibujaba en sus viñetas. Y su canción preferida, La Respingona.
Otro hermano, Rafael, también creció en este pueblo. Más leído y aplicado, estudió Ciencias Políticas, se licenció en Periodismo, se doctoró en Sociología, es periodista fundador de El País, recorrió países en guerra como enviado del periódico… Su currículo abruma y no cabe en una doble página.
Tampoco se desconectó. Ha sido puntual, muchos años, el sábado de recibir al Caloco, en septiembre. Este año vino antes, en primavera, alquiló una vivienda por tiempo indefinido, en la umbría del pueblo, y aquí se ha asentado, en busca de la felicidad de su pasado, como la novela de Proust. Cada día recupera alguna prenda escondida y descubre un pueblo desconocido, en el que se va integrando: pronto, subirá al escenario del auditorio, dentro de la gala navideña de Mira quién canta.
Para mí, su llegada ha sido una bocanada de aire fresco; supongo que él me ve como un agorero que le habla del frío que hace aquí en invierno y de que aquellos veranos ya no volverán, por eso de que los pueblos y sus lugareños cambiamos. Es inevitable que la personalidad arrolladora de Forges surja en nuestras conversaciones, Rafael lo tiene asumido, sobre todo si se trata de pasajes especiales, como éste: Toño Fraguas tuvo un amigo inseparable, Antonio Baena. Una tarde vieron en el cine del Convento Las aventuras de Robín Hood; pronto, se fabricaron unos arcos con ramas de fresno y un puñado de flechas, que tenían poca consistencia en su vuelo. Baena logró que su madre le comprara en una juguetería de Madrid unas saetas de metal, con punta y rebaba, capaces de llegar más lejos y clavarse en los árboles. Feliz hallazgo, que solo duró unos días.
Que entonces pasara un gorrina andando por la calle era normal… y esa tarde pasó una, gorda y garbosa, camino de su cochiquera, justo por delante de ellos, cuando se disponían a subir al monte para disparar las nuevas flechas de verdad a los pinos. No necesitaron palabras para retarse, con la mirada supieron que ninguno iba a frenar sus impulsos; cargaron sus flechas y ¡zas!, una de ellas, sin saber quién fue el culpable, impactó de lleno en la panza de la gorrina, que salió chillando con la saeta clavada, como un toro con una banderilla. ¡Bueno majo!
Se escondieron debajo de la cama de Baena, desde donde pudieron escuchar los improperios del dueño de la cerda, que se presentó a pedir justicia. Nunca habían escuchado juramentos tan sonoros, con aquella procesión de dioses y vírgenes. La madre de Antonio se ofreció para curar al animal y se presentó varios días en la pocilga de la víctima herida, con Mercromina, algodones y esparadrapo, hasta que la buena gorrina se curó. Las flechas desaparecieron para siempre. Así es más fácil ser humorista.
Rafael tenía difusa esta aventura, a cambio me recuerda sus excursiones en el Chrysler americano de mi padre, Juanito «el Taxista», en el que cabía toda la familia, a veces a la bella Segovia. Su padre, que entre otras cosas era poeta, al llegar al Acueducto cantaba: Voces de Gesta, la historia canta, también un himno bello y cordial, por la Segovia, guerrera y Santa…
Así que le emplacé a buscar juntos más tesoros en la ciudad. Empezamos por la magia de mi Judería, tomamos café en una de la terrazas de la calle Real y rematamos en el Torreón de Lozoya, donde vimos la exposición El taller del artista; luego, recorrimos el museo y subimos a la torre: ¡Oooh! Tras quedar extasiado por el panorama de la sierra, Rafael evocó a Machado: Eres tú, Guadarrama, viejo amigo; después, repasamos el relieve de la Mujer Muerte hasta divisar, al fondo, La Garganta, Aguas Vertientes, Cabeza Arenales, el Caloco, los Caloquillos…, los montes que protegen el valle donde están guardados los recuerdos que Rafael ha venido a buscar.
Desde esa privilegiada atalaya, dimos un repaso visual a la ciudad; al ver la iglesia de San Juan de los Caballeros, recordé que fue allí la última vez que estuve en Segovia con Forges, en una sesión del Hay Festival de 2011, organizada por EL ADELANTADO sobre la Transición. Aurelio Martín lo entrevistó. Toño estuvo como siempre, ¡sembrao! Hasta evocó los citados viajes familiares y cantó parte del himno de Segovia que les enseñó su padre: Porque Segovia, como es Castilla, hizo a sus hombres y los gastó.
Viví muchos momentos inolvidables con Forges; ahora, con Rafael, me siento como un Blasillo en una viñeta, en busca del tiempo perdido. Espero que la frialdad de mi pueblo no me lo arranque demasiado pronto.
Me ha encantado todo. Muchísimas gracias.
Es un placer recrear estas vivencias. Un abrazo muy grane para todos los Fraguas