No me entero si ha jugado mi equipo; me gusta que gane, ¡cómo no!, pero no me llevaría un disgusto si descendiera de categoría. También me agrada que gane las elecciones el partido al que voto, pero tampoco me abro la venas si pierde; al día siguiente, me hago a la idea de cualquier nueva realidad. Cosas de la edad.
Puedo parecer un indolente, pero mantengo bastante alta mi pasión por la vida; la disfruto, hasta donde puedo, y me gustaría mejorarla algo, para bien de los que vienen detrás. Una de las cuestiones que me preocupan mucho es que un gran incendio pudiera arrasar los montes que han alumbrado mi vida.
Si me miro adentro, soy un árbol con raíces, tronco, ramas y coguta; y cuando estoy perdido, «mi verso es un ciervo herido, que busca en el monte amparo». Creo que los serranos somos como somos porque así lo ha querido el Guadarrama y, para los del llano, los pinares resineros y otros montes de la Campiña Segoviana.
Cuando llegó el primero de nosotros al monte y al campo, el árbol ya estaba. Luego, poco a poco, ha ido esculpiendo nuestra personalidad colectiva. Aunque ahora vivo más en la ciudad, soy serrano; y los de la campiña, campesinos. Ambos le debemos mucho al árbol, antes en horizontal y ahora más en vertical. Hemos de conservarlo; sin él, todo esto sería un desierto.
Estamos mal acostumbrados, pensamos que, con los medios actuales, no puede acontecer un gran incendio forestal sin control, de esos que salen por la tele y son capaces de cerrar el cielo a cal y canto por completo, pero es posible; de hecho, alguna vez nos ha rozado la tragedia. Es verdad que nunca han existidos tantos avances técnicos, pero también aumentan las posibles causas: el hombre y los coches irrumpen sin freno ni cabeza, hace más calor que nunca, el aire está muy seco y va muy deprisa.
Los retenes forestales son los eslabones más simples y elementales de la cadena de prevención y extinción. En Segovia, son una docena de cuadrillas, repartidas por la provincia, con media docena de operarios cada una, más un capataz al frente. Se encargan de desbrozar, podar y clarear las matas de arbolado, «rozar» en suma. Tareas muy importantes, aunque hay una primordial, siempre latente: sofocar cualquier incendio. En el fondo, son bomberos forestales en estado de prevención, alerta y acción.
«Los fuegos se apagan mejor en invierno». No es una frase caprichosa. Es verdad. Durante todo el año deben mantenerse vivas esas cuadrillas; en época de bajo riesgo, no están con los brazos cruzados, hacen trabajos preventivos, de seguridad en riesgos laborales, reciclaje, manejo del material, formación… Las tareas de limpieza evitan plagas y las de clareo favorecen la ordenación de las matas en crecimiento.
«El Roce hace el cariño». Con esta frase cargada de ternura se ha definido muchas veces en mi pueblo a esta labor. La metáfora está muy bien traída, pues su personal, hombres y mujeres ahora, desarrollan su trabajo en un amancebamiento con el medio, tras el cual siempre queda el cariño. Es normal que los trabajadores de estos retenes recuerden esa etapa laboral con amor, ya que el monte enamora, y también con sentimiento agradecido, pues el Roce no ha hecho rico a nadie, pero ha quitado hambre, aliviado estrecheces y repartido muchos jornales entre la clase trabajadora, sobre todo en las épocas de gazuza.
Supongo que su origen se remonta a finales del siglo XIX, cuando La Garganta del río Moros fue la vanguardia en España de las ordenaciones forestales. Antes, a estos obreros se les contrataba directamente por el sistema de «listilla»: el guarda forestal los buscaba en sus propias casas, antes de cada campaña, y en una libreta escribía la lista, de aquí lo de «listilla»; esa fórmula facilitaba incorporar a las personas más adecuadas. Me viene a la memoria la imagen infantil de estos obreros, en la plaza del pueblo, cuando subían por la mañana en el volquete de una camioneta Ford, reliquia americana de la Guerra Mundial, que conducía César, «el Pelirrojo». Una estampa emotiva, cierto, pero también recuerda una situación laboral muy precaria; entonces, a estos obreros se les pagaba a jornal, sin más cobertura social que el cupón de la seguridad agraria. Ahora, son empresas privadas, concertadas con la Administración, quienes contratan a los operarios en base a un convenio laboral, que garantiza sus derechos y articula las categorías.
Invertir en los montes no es un gasto, es una inversión. Tienen alma gabarrera y siempre devuelven ciento por uno lo que en ellos se invierte. Hay miles y miles de hectáreas de montes segovianos por rozar y muchos brazos caídos en los rincones marginales de la España profunda, adonde van demasiados subsidios necesarios, aunque estériles. Pero el objetivo no es embolsar un refugio de menesterosos, sino consolidar un colectivo profesional cualificado, bien dotado y reconocido por la sociedad a la que sirven.
Sin perjuicio de que esta materia es competencia de la Junta, es bueno que los ayuntamientos con masa forestal elaboren sus propios programas locales suplementarios, en los que pueden tener cabida, de forma organizada, otros retenes de complemento, formados por vecinos voluntarios, conocedores del monte, amantes de él, con vocación de ayudar… El voluntariado es una realidad madura.