Algunos lectores observan en estas crónicas sentimentales cierta exaltación bondadosa de mi pequeño mundo: la calle Real, la música popular, el cine español, las exposiciones del Torreón, mi Judería, el estímulo para escribir más y mejor… como si quisiera contagiar a todos mi enamoramiento de una Segovia que me ha robado el corazón.
Si tengo que elegir entre el “buenismo” y el “malismo” al escribir sobre ella, pregono sus muchas virtudes mil veces antes de criticar sus defectos. Esta postura positiva la comparo con la divulgación que hago de la cultura gabarrera; por supuesto que algunos gabarreros cometieron excesos furtivos en la sierra, empujados por la necesidad, pero prefiero contemplar el futuro del monte con una visión ecologista y regeneradora. No lo quiero invadido, desordenado ni quemado. Creo que los aprovechamientos naturales de las leñas son importantes, pues limpian el bosque y evitan plagas e incendios. Las grandes ciudades del mundo tienen un parque enorme. Nosotros conservamos el Guadarrama, que es mucho mayor y mejor que el Central Park de Nueva York. Sin hacha ni motosierra, soy gabarrero.
¿Pero es que no hay nada malo en tu Segovia y en tus gabarreros? ¡Cómo no!, pero quiero marcar una línea muy clara que valga para todo, lo trascendente y lo cotidiano, y quedarme en este lado; en el otro ya están esos personajes que, en cuanto tienen una cámara delante, llenan el patio de “malismo”. El mal no debería tener nunca premio, pero en este mundo revuelto y en grave peligro, muchos aplauden a los profetas de la violencia, por miedo, ignorancia o tibieza. En la Segovia que queremos, la bondad debe ganar siempre a la maldad. Así de simple.
Nuestra Segovia es bella, muy bella. No me canso de repetirlo. Alguno la ha descrito como una jaula dorada que, cuando el sol cae sobre ella, la convierte en oro. ¡Qué jaula más hermosa! ¿Y el pájaro? Dicen que esa pregunta irónica la soltó al viento en alguna ocasión Rafa Baixeras, un primoroso pintor gallego, amancebado con esta ciudad, que rebosaba metáforas en sus cuadros abstractos. Nos dejó su obra y se marchó a los 42 años. ¡Maldito cáncer!
Somos machadianos, con algunas gotas de sangre jacobina, pero con verso limpio, de manantial sereno; decía nuestro poeta que en cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda y sólo se gana lo que se da; en consecuencia, las personas comprometidas con la cultura deberíamos asumir siempre nuestro respectivo papel dentro de la notable oferta cultural de esta ciudad, repartiendo con generosidad el saber que está en nuestras manos, y no caer en la tentación de guardarlo para nosotros, bajo siete cerrojos, como si fuéramos los amos del tesoro: “el Acueducto es mío”, “la foto es mía”, “el archivo es mío”, “la sala es mía”, “el festival es mío”, “la calle es mía”… Segovia es de todos, y en ella debemos convivir sin envidias ni soberbia, y al ser posible con elegancia, porque esta ciudad no es presumida ni cutre, y tampoco hortera ni pija ¡Es elegante! Basta pasear por ella para comprobarlo y dejarnos contagiar por este clasicismo estético, siempre vigente, desde hace siglos.
Nuestra Segovia es un espacio de libertad. Antaño, sus puertas y postigos controlaban el acceso al recinto amurallado. A mi barrio de la Judería se accedía por el postigo del Sol, donde una puerta de hierro (rastrillo) abría o cerraba la muralla por la noche, muchos siglos antes de que Nicolán Guillén cantara estos versos: Tun, tun, ¿quien es? / Una rosa y su clavel. / ¡Abre la muralla! / Tun, tun, ¿Quién es? / el alacrán y el ciempiés. / ¡Cierra la muralla!
Entonces y ahora, la seguridad es muy importante para los “los pájaros” que volamos en libertad dentro de esta jaula. Por lo que dicen las estadísticas, Segovia es la cuarta ciudad más segura de España. Para completar el círculo, libertad y seguridad deben ir siempre de la mano, eso lo digo a menudo, porque así lo siento, pero también se lo escuché recientemente al comisario jefe de la Policía Nacional, en el teatro Juan Bravo: “La libertad sin seguridad es una quimera, y la seguridad sin libertad es estéril. Sin seguridad no hay libertad”. Bien. La gran mayoría de ciudadanos de Segovia manifiestan al ser consultados que transitan sin ningún temor; por mi parte, es tan fluida y cotidiana la libertad con la que me muevo por estas calles, que no necesito pensar en la seguridad. Es como la salud, la democracia, la educación pública y los grandes valores, sólo los echamos en falta si los perdemos.
Ahora, todas aquellas puertas y postigos están abiertas. Por ellas, entra cada día en la jaula una bandada de aves del turismo, que a veces transmite agobio, pero que no debemos espantar, sino acoger, controlar y aprovechar; por esos postigos abiertos se nos van los más jóvenes y mejor formados de nuestra historia, en una diáspora que nos resulta imposible frenar; debemos facilitarles mejores oportunidades, para que se queden aquí los que así lo quieran.
Esta jaula dorada por el sol y la luz es hermosa, muy hermosa. Los que volamos en su interior tenemos la dicha de gozarla; libertad y seguridad para movernos por ella, entrar y salir, y empaparnos cada día de arte, naturaleza y cultura.