A cuatro pasos de mi Judería está el Torreón de Lozoya, donde puedo disfrutar en estas fechas de una nueva exposición: El taller del artista. Una mirada desde los archivos fotográficos del Instituto del Patrimonio Cultural de España. La presenta su fundación en las salas principales del Palacio. Son fotografías sobre creadores españoles, desde finales del siglo XIX a la mitad del siglo XX. Es un buen repaso a medio siglo de España, a través del arte.

Estas 90 fotos van más allá de la óptica documental, pues han sido captadas en los respectivos santuarios de los protagonistas por cómplices escogidos. En cada una de esas imágenes, hay dos artistas necesarios: el autor y el fotógrafo. Un creador no se abre fácilmente ante un extraño que llega con una Leica en las manos o una cámara de fuelle y su trípode a cuestas. Todo artista es celoso de su obra y del templo donde hace su magia, muchas veces es un lobo solitario en su guarida y selecciona con exigencia las visitas que admite: “Solo canto mi canción a aquel que conmigo va”; y así, en el sanctasantotum sólo entran y hacen fotos los elegidos.

He palpado esa comunión de confianza con algunos de los creadores a los que me he acercado y, luego, que me han acogido o no en su regazo. Gonzalo Menéndez Pidal, personaje polifacético y sobre todo buen camarógrafo, me abrió las puertas de su refugio íntimo de San Rafael, los Navazos, durante una década feliz para ambos, entre 1995 y 2005. Consideraba que la fotografía era una de las bellas artes. “Fotos hacemos todos -me decía-, pero fotógrafo sólo es quien encuentra, en un instante, la imagen certera, esa que muchos no verán nunca, por más que busquen”. Entendí que para mirar así había que ser artista, como los autores de las fotografías de esta exposición.

Luego, según me contaba Gonzalo, el operador capta la foto soñada, la revela en su cuarto oscuro, la trabaja y conserva con mimo y, finalmente, la comparte. Ante esta actitud final solidaria, recupero una de mis frases machadianas: “En cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da”. Odio los archivos guardados bajo siete llaves, que al final terminan en un vertedero.

Hago fotos, ahora con un móvil que llevo en el bolsillo, pero confieso que me quedé anclado en las primeras, hace medio siglo, con una Yashica Electro 35 que me compré en Canarias, durante mi viaje de novios. Lo mío es juntar palabras. A veces demasiadas. Gonzalo siempre quería que le hablara de la sierra y de la nieve: “Cuéntame lo que quieras, gabarrero, pero no me aburras”; a cambio, me ilustraba sobre la evolución de la fotografía, a través de su densa colección de cámaras; después, me enseñaba con deleite parte de su inmenso archivo: García Lorca, Agapito Marazuela, Victoriano Abán, el Martinete de Navafría, la venta del Cornejo, la Residencia de Estudiantes, las Misiones Pedagógicas, su padre, don Ramón… A su lado comprendí que la fotografía era cosa de artistas.

Me centro en la muestra del Torreón, de la que creo que no me he ido en ningún momento. Por muy potente que esta exposición es en sí misma, para mí tiene, además, un relevante carácter segoviano en muchos de sus protagonistas: Aniceto Marinas, Joaquín Sorolla, Daniel Zuloaga, Federico Coullat-Varela, Eduardo Martínez Vázquez… Entre los fotógrafos hay uno con una impronta muy segoviana, el alemán Otto Wunderlich, muy fecundo en su paso por esta tierra, cuya obra sobre Segovia fue objeto de una brillante exposición en el Torreón: Memoria y lugar. 2016.

La exposición se presenta en cinco secciones diferenciadas, según criterios artísticos, cronológicos, temáticos y de estilo. Hay una especial atención a la Edad de Plata, con imágenes de Pio Baroja, Valle Inclán, Unamuno… Enlaza esta parte con la exposición celebrada en estas mismas salas, en octubre y noviembre de 2021, sobre La Edad de Plata y la modernidad en Segovia. El Adelantado de Segovia y el arte en el primer tercio del siglo XX.

Por norma, hay que buscar la excelencia en cada proyecto. El director del Torreón, Rafa Ruiz, y su equipo se han currado muy duro este montaje, me consta, pero antes ha sido necesario el patrocinio del ministerio de Cultura y de CaixaBank, además del comisariado de Isabel Argerich y Óscar Muñoz.

He disfrutado. Resalto las obras que más me han impresionado: Aniceto Marinas, retocando su escultura de Hermanitos de leche, icono segoviano por excelencia, Daniel Zuloaga en su taller de San Juan de los Caballeros, Benlliure Gil frente a talla de su modelo, Maruja Mallo en Madrid, Ángela Escribano eligiendo la cubierta del catálogo para una expo de Clavo Gil, Moya del pino en el Prado copiando Las Meninas, Agustín Querol esculpiendo el frontón de la Biblioteca Nacional, Ramón y Cajal en manos de Mariano Benlliure, Bartolomé Llaceres ante el busto de su musa, el Monumento del Cid de Juan Cristóbal, Federico Collau-Varela en su estudio de La Granja…

Nos llegan ahora gracias otros que las captaron con mirada de artista: Mariano y Vicente Moreno, Otto Wunderlich, Ruiz Vernacci, Conde de Polentinos, Juan Cabré, Aurelio Colmenares, Juan Pando, Juan Echevarría…

De martes a domingo, la entrada es gratuita. Los lunes hay descanso. Nos vemos en el Torreón.