El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentimiento. Según se acerca la conmemoración de Villalar, se me despierta en la cabeza la música de Los Comuneros, el disco sacrosanto del Mester, sobre el poema de Luis López Álvarez. Antes iba siempre a la campa; ahora, voy si me encaja y si hace buen tiempo. Hoy, intentaré volcar esta bendita evocación en mi crónica dominical.
Por otra parte, siempre que concluyo un libro, grande o pequeño, tras presentarlo al personal, entro en la breve crisis que implica barrer la morralla superflua que ha quedado en mi memoria, a fin de dejar hueco para lo que pueda venir. Mientras llega, me reintegro a mi condición aparcada de lector. Cuando escribo, leo menos.
Tras los partos, también dejo una montonera de restos sobre mi mesa de trabajo. Los papeles los meto en carpetas y los libros consultados regresan a las estantería. Mientras tanto, como nunca ceso de adquirir libros, atiendo los atrasados. Es verdad que algunos no los leeré nunca, pero debo cuidarlos a todos, porque “los libros son sagrados” (unos más que otros).
Suelo coincidir con Joaquín González Herrero en la venta del Arriero, ese templo profano en la ribera del Eresma, al que ambos tenemos querencia. El pasado domingo, le pasé la novela de Juan Pablo Ortega sobre el Apocalipsis, El hombre que no oyó las trompetas y le confesé que tenía aún sin leer El puente del naranjo.
Me puse al tajo esa misma noche. Aunque se ha presentado en las librerías como su primera novela, creo que ya me pasó otra, hace tres años, también en el Arriero, La otra aurora, un ensayo novelado sobre el final de la humanidad, en base al discurso filosófico de Nietzsche, sacro autor.
Enseguida identifiqué al protagonista literario de “El Puente”, don Gonzalo, como alguien cercano, con quien mantuve una relación muy afectuosa. Los lectores segovianos con más de cincuenta años le reconocerán también, sin duda. Cuando le conocí, yo era muy joven y le llamé respetuosamente don Manuel, pero pronto me dijo que le llamara Manolo, y así trascurrieron varias décadas. Su legado ideológico está plasmado en el libro.
La trama me despertó la inquietud sobre la realidad doliente de la Segovia profunda, castigada por la despoblación, la desigualdad, el olvido y la pérdida de identidad; como apoyo, desempolvé Castilla como agonía, de Andrés Sorel (1975), que dio alas en aquel año crucial al despertar autonómico, y otros libros cercanos sobre la memoria dormida y sagrada de esta tierra, complementados por la fotografía: Segovia Callada, de Esther Maganto, y El color de la tierra, de Guillermo Herrero, editados ambos por Juan Enrique del Barrio.
Por más que es dramática la realidad de la Segovia olvidada, Joaquín lanza un mensaje de esperanza a las generaciones jóvenes, desde la primera cita del libro, que invita a buscar la felicidad en el paraíso escondido de la Campiña: Feliz aquel que, ajeno a los negocios / labra tierra paterna con sus bueyes / libre de toda usura; / que no oye el agrio son de la corneta / ni teme al mar airado, y evita el Foro y las soberbias puertas / de los poderosos. Beatus Ille. Horacio. Luego, señala la senda hacia arcadia feliz: El paraíso en la Tierra no está tan lejos, basta con acercarse a sus pueblos, a sus gentes…
Coincido con el autor en que el término España vaciada, tan manoseado ahora, no es certero, pues un espacio vacío es donde no hay nada, mientras que en la Castilla profunda perviven personas y valores eternos, por lo que es mucho más apropiado calificar a esa España que resiste como abandonada, despoblada, olvidada…
El siguiente libro sagrado que rescaté, al hilo del anterior, fue la segunda edición de La Ley Perpetua. Fundamentos de una utopía (2023), también de Joaquín, en la que ha incorporado documentos oportunos, encontrados expresamente por el historiador Eduardo Juárez en la Biblioteca Nacional.
El texto recoge la reivindicaciones de la ciudades castellanas al rey Carlos, con argumentos tan avanzados como la sujeción del monarca a la ley y a la razón, lo que supondría que el titular del poder no sería el rey, sino el pueblo, que es donde reside la ley y la razón.
Voces autorizadas sostienen que un primer borrador fue redactado en Martín Muñoz de las Posadas, en agosto de 1520, durante la estancia de la Junta comunera. La embajada de llevar en octubre de ese mismo año las peticiones al emperador más poderoso del mundo, asentado entonces en su corte de Worms, fue un fracaso. Algunos autores valoran este sagrado documento como primer proyecto de constitución de la civilización occidental.
Nada que ver con los Comuneros, he atendido también LEI ETERNA, un libro multireligioso de Mery Pais. Es una edición exquisita de la fundación DIDAC, que busca la excelencia estética, en blanco sobre negro, utilizando en las cubiertas fajas de las diversas telas sagradas de la exposición y de la perfomance previa en la plaza Quintana de Santiago, de modo que cada ejemplar es diferente y único.
Artista de vanguardia, feminista, intercultural y muy premiada, Mery expone en este libro la importancia de entender al otro, a través del enlazamiento de culturas y religiones.
Es hija de Suso Pais, mi lector gallego, enamorado de Segovia, que viene desde Santiago a cada una de las presentaciones de mis libros, y así resultan más divertidas. gabarrero.com