Os prometí que habría más amor y ese voto debo cumplirlo. Hoy me abro en canal para confesaros
mi amor de amante. Es un secreto que he mantenido guardado mucho tiempo; al principio, lo noté
como una atracción juvenil que me entró por los ojos, sin que pudiera imaginar que aquella pasión
iba a engancharme de por vida. Luego llegó una etapa inmadura, que yo vivía deprisa, encelado en
cambiar el mundo, cuando escribía de noche y soñaba de día, sin saborear lo que comía y bebía, ni
ser consciente de la grandeza que tenía al lado, ante mis ojos y entre mis manos.
Después, la vida me llevó de aquí para allá y sentí su ausencia. En mis regresos puntuales, notaba
que aquello no era un calentón pasajero y necesitaba más, hasta que un golpe caprichoso del destino
me unió a ella y nos embarcó en un romance intenso, que duró 25 años. Por eso, a ti te escribo
ahora, amada mía:
—En ese cuarto de siglo, día y noche, recorrí palmo a palmo los rincones de tu cuerpo. ¡Cuánta
belleza, cuánto amor, cuánta soledad, cuánto dolor conocí y viví en tus entrañas! Ahora, con
muchos kilómetros encima y varias heridas en mis adentros, vuelvo en tu búsqueda y a ti me
entrego, sin límites, todo entero. Déjame que te diga que te amo, que te he querido siempre, más
que a nadie y más que a todas.
—¿Más que a todas? No me hagas reír, Juan, sabes que no soy celosa, pero no exageres.
—¡Más que a todas!: “De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida
entera”.
—Jajaja: “Y sin embargo, un rato, cada día, ya ves, me engañarías con cualquiera, me cambiarías por
cualquiera”. No me seas coplero ni recurras al Sabina.
—Pero es verdad. Siempre te he sido leal. Una noche lo hablamos. Tú me dijiste: “Juan, prefiero que
conozcas a veinte o a ciento, antes de que te acuestes veinte noches seguidas con la misma. Lo que se
va no vuelve”. Así ha sido; he conocido a muchas, algunas muy bellas, y cuando las comparo contigo
ninguna resiste tu hermosura, no tienen tu altura, no te hacen sombra. Tampoco he pasado veinte
noches seguidas con otra. Nunca me fui de ti, siempre he vuelto a tu luz.
—Lo sé. No te preocupes, era solo una broma por los ripios del bolero y para serenar un poco tu fuego.
El amor es entrega, no posesión.
—Así lo aprendo a tu lado. Si fuera celoso, no podría soportar cómo te miran. Eres un imán, como
Afrodita, diosa del amor y la belleza, que lo mismo atrae a hombres que a dioses. Quererte para mí, en
exclusiva, sería imposible, egoísta, enfermizo… Bella entre las bellas, seductora, sensual, muy
hermosa… Comprendo que inspires a los poetas.
—¿A ti también, Juan?
— A mí el primero. Creo que todo se pega y tú me contagia bondades cada día. Tu elegancia me
impulsa a mejorarme en cada línea que escribo; la ternura que me otorgas cada noche, hace que me
levante ilusionado para ver tu despertar; tu sosiego ha borrado de mi memoria todo rastro de rencor por
las ofensas que otros me lanzaron en su día, y ya he olvidado; la paz con la que me acoges hace que
sea más solidario con los que me necesitan, y más bueno con mi entorno. Tú me haces mejor.
—¿Y crees que esto es amor o es uno más de tus arrebatos?
—Te quiero libre y feliz, y sólo deseo que me hagas un hueco en tu vida. Seamos amantes que nada
pedimos el uno al otro y todo lo damos. Hasta hoy lo había guardado en silencio, ahora quiero
pregonarlo: Te amo, amante mía. Sé que esto es amor, por más que he necesitado 73 años para
identificarlo. ¿No te preocupa mi edad?
—¡No!Tampoco la mía. Me haces sonreír con esta duda. Deberías tener ya asumido que el amor
está por encima de los años y que la juventud es una actitud en cualquier edad. Serás joven siempre
que mantengas viva la sed de aprender y el hambre de amar; conservarás tu lozanía mientras luzcas
esa mirada limpia que hoy me lame el corazón; cuando tus manos me sigan acariciando con placer, y tus labios me besen con deseo; seguirás siendo joven siempre que el corazón se te embale ante la
belleza y continúes rebelándote ante la injusticia. Te quiero así, con ese cariño bueno.
—¡Los dos, jóvenes y juntos! ¿Siempre?
—Así es. Seremos jóvenes, tú y yo, si aprendes a envejecer con dignidad a mi lado, disfrutando de
este atardecer eterno, acurrucados el uno al otro en nuestros pliegues, durante los fríos de invierno,
frente al fuego de la leña que bajan de la sierra tus gabarreros; y luego, en cada primavera,
rebrotaremos en hojas verdes, “con la lluvias de abril y el sol de mayo”, respaldados por el perfil
latente del Guadarrama e iluminados por este cielo protector de Castilla.
—Me aplicaré.
—La vida puede llegar a ser muy larga y hermosa, Juan, más de lo que ahora puedes imaginar. Yo te
enseñaré a dominar juntos el tiempo y a ganar el futuro. Tu amigo Abella fue un buen alumno.
Pégate a mí.
—Gracias, mi bien. A tus brazos me entrego. Segovia, te amo.